La carpeta con su nombre

8/11/20252 min read

A veces, el amor son cosas pequeñas que el otro ni siquiera sabe que te dio

Una amiga me contó esto una tarde, con voz serena y los ojos llenos de algo que no era tristeza, pero tampoco era paz.

Un poco más de un año después de la muerte de su esposo, se sintió capaz de limpiar los cajones de su mesa de noche.

No sabía por qué lo hacía justo ese día, pero a veces el alma elige sin preguntar.

El cajón superior estaba lleno de los restos cotidianos del amor: lapiceros, boletos arrugados de conciertos, tarjetas de presentación que ya no llevaban a ningún lugar.

Cosas pequeñas que parecían susurrar: “Él estuvo aquí.”

En el inferior, encontró bocetos, poemas antiguos y algunas carpetas llenas de personajes, mapas y anotaciones de Dungeons & Dragons, ese juego de rol que ambos compartieron durante años, donde se inventaban mundos imposibles y él solía ser el maestro de las historias.

Y debajo de todo eso, una carpeta con su nombre.

Al abrirla, se encontró con las cartas de amor que ella le había escrito cuando tenía dieciocho años.

No recordaba haberle entregado tantas.

Ni imaginaba que él las había conservado todas, cuidadosamente planchadas como si fueran parte de un mapa sagrado.

“Las guardó todos estos años”, me dijo, sonriendo por primera vez al hablar de él sin romperse.

“Y al verlas, recordé cómo me hacía sentir saber que me amaba.”

Eso eran: ella de 18, él de 20.

Riendo en medio de la juventud, burlándose del tiempo, escribiendo un amor que duró lo que dura una vida bien amada.

A veces, en medio de una conversación cualquiera, él la miraba con esa chispa traviesa y le decía al oído, con voz baja y cómplice, todo lo que preferiría estar haciendo con ella.

Y entonces, sin importar el lugar, ella se reía.

Siempre se reía.

Quizás eso sea el amor: conservar lo que el otro ni siquiera sabía que te dio.

Recordarlo no con nostalgia doliente, sino con una ternura que, al fin, también es forma de seguir viviendo.