¿Por qué esperar?
8/11/20251 min read


Algunas conversaciones no te dan consejos… te dan dirección
Cuando otra persona comparte una historia —sobre todo alguien que ya ha vivido lo suficiente como para mirar hacia atrás sin rabia— lo más valioso no es lo que dice, sino desde dónde lo dice.
Hace poco, un vecino que ya roza los ochenta me invitó a sentarme con él en la terraza.
Sin ninguna intención de aleccionar, empezó a hablar.
No había dramatismo en su voz, solo verdad.
De esa que ya no necesita adornos.
—Después de haber querido con todo el alma a mis padres, a mis hermanos, a mi mujer, a mis hijos, a los amigos de siempre… he aprendido a quererme a mí —me dijo, con una media sonrisa.
Me contó que ya no se siente Atlas.
Que el mundo no depende de él.
Que dejó de regatear en el mercado porque unos céntimos no le cambian la vida, pero al frutero quizás sí.
Que deja buenas propinas, porque hay trabajos que se ganan con el cuerpo y con el alma.
Que ya no corrige a quien se equivoca, porque no necesita tener razón todo el tiempo.
La paz, aprendió, tiene más valor.
Me habló de escuchar con paciencia a quienes repiten las mismas historias.
De no reprimir una lágrima.
De no correr detrás de nada.
Me dijo que ya no se queda donde no lo valoran, y que tampoco intenta ganar a quien compite con trampas.
Se aparta, sin hacer ruido.
—Una arruga en la camisa o una mancha ya no me preocupan —añadió—. Lo que uno transmite, eso es lo que de verdad se nota.
Y entonces lo dijo, sin darme tiempo a reaccionar:
—Tú, que aún tienes años por delante… ¿por qué esperar? No hace falta llegar a los ochenta para vivir con esta claridad. Solo hace falta decidirse.
Cuando otra persona comparte una historia, no la interrumpas.
Puede que estés recibiendo una brújula sin darte cuenta.