La tecnología no tiene corazón

8/11/20251 min read

Cuando el progreso olvida a quienes más necesitan ser acompañados

Aquel hombre frente al cajero no estaba solo.

En sus manos temblorosas cabía la historia entera de un tiempo en el que las cosas se hacían mirando a los ojos, en el que un apretón de manos sellaba acuerdos y un “gracias” tenía más peso que cualquier contrato.

Mientras buscaba la tecla correcta, parecía buscar también un puente hacia un mundo que ya no reconoce.

Un mundo que habla en códigos y contraseñas, que exige velocidad cuando lo que más necesita es paciencia.

Le guié paso a paso, cuidando de no invadir su espacio, de no herir su orgullo.

Y cuando terminó, me tendió un billete como quien quiere rescatar algo que teme perder: su dignidad.

No lo acepté.

Pero me quedé con algo que no cabe en ninguna billetera: la certeza de que estamos dejando atrás a quienes nos trajeron hasta aquí.

La tecnología nos ha dado alas, sí.

Pero también nos ha hecho olvidar cómo se camina al lado del otro.

Las pantallas no se inclinan para escuchar, los botones no se enternecen ante la fragilidad, los algoritmos no conocen la palabra “espera”.

Y entonces me pregunto: ¿de qué sirve tanto progreso si en el camino desactivamos el corazón?

Si no sabemos usarlo para abrazar, para comprender, para sostener a quienes hoy se sienten exiliados en su propia tierra.

Quizá el reto no sea frenar el avance, sino humanizarlo.

Porque no hay máquina que pueda sustituir la mirada de alguien que, frente a otro, decide acompañar en vez de apurar.

No se trata de elegir entre tecnología o humanidad, sino de recordar que la primera fue creada para servir a la segunda.

Tal vez, el verdadero progreso no esté en la velocidad de las conexiones, sino en la profundidad de nuestros vínculos.

Y si olvidamos eso, corremos el riesgo de construir un futuro brillante… pero vacío.