El precio de lo que no tiene precio

8/11/20251 min read

A veces creemos que ganamos… y solo empobrecemos el alma

Una mujer se detuvo frente al puesto de un anciano que vendía huevos.

Había en su mirada ese brillo triste que solo tienen los que esperan más de la vida y reciben poco.

—¿Cuánto por huevo? —preguntó ella, calculando con rapidez el regateo.

—Cincuenta centavos, señora —respondió él, sin levantar mucho la voz.

Ella ofreció menos. Él aceptó sin discutir.

No por resignación, sino porque sabía que un poco es mejor que nada cuando el hambre no espera.

Ella se fue satisfecha, creyendo que había ganado.

Pero a veces, lo que creemos una victoria es solo una manera elegante de empobrecer el alma.

Horas después, la misma mujer dejó una propina generosa en un restaurante donde los cubiertos brillaban más que las sonrisas.

Allí no pidió descuentos. No discutió precios. No midió el valor de la comida que sobró en su plato.

Porque en los lugares donde hay mármol y luz tenue, parece que el dinero se gasta con más facilidad.

Como si el lujo anestesiara la conciencia.

No se trata de dinero, sino de mirada.

De cómo miramos al que necesita.

De cómo tratamos al que no puede defender su precio.

El anciano no vendía huevos. Vendía dignidad.

Y ella la compró con monedas que no pesaban en su bolso, pero sí en su historia.

Una vez leí que el verdadero acto de generosidad es aquel que se hace sin que el otro sienta que se le está dando algo.

Como decía ese padre sabio: "Es caridad envuelta en dignidad."

Tal vez la próxima vez que tengamos que elegir entre regatear o dar, deberíamos preguntarnos:

¿Estoy ganando una oferta... o perdiendo una oportunidad de ser humano?