Cerrar los ojos para enseñar
8/11/20252 min read


A veces educar no es señalar el error, sino proteger la humanidad
El anciano estaba sentado en un banco del parque, con la brisa de la tarde peinándole el cabello blanco.
Un joven se acercó y le preguntó con voz temblorosa:
“¿Me recuerda?”.
El viejo lo miró con la ternura de quien ha aprendido a ver más allá de las apariencias.
“No”, respondió con suavidad.
El joven respiró hondo y confesó:
“Era su alumno”.
El anciano sonrió, como si ese simple hecho lo conectara a un recuerdo sagrado.
“¿Ah, sí? ¿Y a qué te dedicas ahora?”, preguntó.
“Soy profesor, como usted” —dijo el joven con un brillo de orgullo en los ojos—.
“Me convertí en maestro porque usted me mostró lo que significa enseñar”.
El anciano ladeó la cabeza, intrigado.
“¿Por qué?”, quiso saber.
El joven suspiró, como quien guarda un secreto demasiado grande para no ser contado.
“Un día”, empezó, “un amigo mío llegó con un reloj nuevo y lo robé.
Cuando mi amigo se dio cuenta y se quejó, usted nos pidió a todos que cerráramos los ojos y revisó los bolsillos uno por uno.
Encontró el reloj en el mío, pero no dijo nada.
No me humilló delante de la clase, no me acusó.
Cuando abrimos los ojos, el reloj había vuelto, pero mi dignidad permanecía intacta”.
Hizo una pausa y sus palabras se llenaron de emoción.
“Ese día entendí lo que significa ser un verdadero educador.
No me reprendió con gritos, ni me expuso al ridículo.
Me enseñó que las lecciones más grandes no siempre se dan con palabras, sino con compasión”.
El anciano lo escuchaba en silencio, con los ojos húmedos.
“¿Recuerda este episodio, profesor?”, preguntó el joven con un hilo de voz.
El anciano sonrió y respondió:
“Recuerdo el reloj, y que busqué en los bolsillos.
Pero no recuerdo haberte visto a ti, porque también cerré los ojos.
Aprendí que para corregir no hay que ver la vergüenza del otro, sino su humanidad”.
El joven asintió, comprendiendo que ese acto silencioso había marcado su vida.
El viejo profesor le puso una mano en el hombro y dijo:
“Si necesitas humillar para corregir, no has aprendido a enseñar.
Educar es salvar la dignidad del otro, incluso cuando la ha perdido por un instante”.
La bondad deja huellas más profundas que cualquier castigo.
Y la enseñanza más poderosa es la que dignifica.